El Oso...
Caía la tarde, el sol se ocultaba tímido por el horizonte, el viento apenas y movía las hojas de los árboles, no se escuchaba ni un solo pájaro graznando, ni un ladrido de perro, incluso los vehículos parecían recorrer las calles sin hacer el menor ruido. Fue entonces cuando pude percibir que llevaba una sonrisa, una sonrisa tímida que hacía tiempo no sentía, una sonrisa abandonada y solitaria, pero lógica e intrínseca. Hacía mucho tiempo que no había podido percibirla, ni adivinarla y hoy me sorprendía fugazmente, no sabía si tenía que ver con la sonrisa de un oso revoltoso que retozaba en las afueras del campo, donde los árboles son frondosos y donde el sonido del agua en el río, me había incitado a salir la noche anterior. Aquella noche, arropada con sólo una blusa traslúcida que me llegaba a la mitad de las piernas, me adentré con los pies desnudos en la hierba húmeda por el rocío, recorrí unos cuantos pasos hasta llegar al acantilado que había sido el sueño de una montaña. Allí donde todos los sonidos se habían perdido, pude apreciar la figura de un oso enorme, rascaba un enorme árbol y en ese preciso momento, pisé una pequeña rama y fue entonces cuando pude ver su enorme sonrisa, una sonrisa cautivadora que pudo quitarme la vida más sólo endulzó mi corazón.
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