LOS AÑOS DE ESTUDIANTE...

Llegaba al colegio, a la hora tan esperada para mis compañeros, el timbre del recreo.  Todos guardaban sus cosas, algunos las dejaban tiradas, yo ya estaba lista para salir, esperaba a que todos corrieran a la puerta.  Iniciaba mi recorrido, un recorrido solitario por los alrededores del lugar.  Buscaba el lugar más tranquilo donde pudiera sentarme, donde no encontrara hormigas y donde pudiera ver todo cuando sucedía a mí alrededor.  Al hallarlo, comía mi refacción.  Todos corrían a la tienda, algunos alumnos del ciclo básico, llegaban a pedir y hacían a un lado a los pequeños que llevaban mucho más tiempo en espera de que los atendieran.  No podía resistir tal atropello.  Mientras comía, es seguro que alguien pudo pensar que estaba loca al sonreír, al mover el rostro de un lado a otro pensando en las ocurrencias de algunos y en algunas ocasiones mí rostro reflejaba el enfado y la desaprobación, pero me gustaba saber, las cosas agradables me hacían reír y las negativas nunca me agradaron. En uno de esos días, sentada observando, miré cómo una niña cayó al suelo y se golpeó; sus pequeñas compañeras sólo la miraban, ¿no sé qué sucedió dentro de mí?, pero corrí y cargué a la niña, fuimos al baño y limpié sus heridas, luego la llevé con su maestra; esperaba que ella la alentara más que yo, más sólo le acarició la cabeza y le dijo:
-tenga más cuidado- y la mandó a jugar sin ver bien si la herida era seria.  Me sentí decepcionada de las autoridades más sencillas, de las autoridades atrapadas en una utopía equivocada.

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