EL RELOJ DE ARENA...

El hilo del tiempo dejaba ir lentamente mi juventud y mi tesoro escondido, cuánto hice por encontrar un tesoro perdido que creí que existía, pero no, no lo sé, en muchos corazones latentes busqué lo innombrable, busqué lo que no existe, busqué la pasión, busqué el amor y busqué la compatibilidad para sellar mi corazón y mantenerlo vivo; sin embargo, hallé la pasión sí, hallé muchos corazones latentes, pero ninguno era el mío, todos estaban ya repartidos en el tiempo ajeno a mi persona; me adentré entonces en lo más recóndito de la arboleda y en los más obscuros pantanos, pensando que un soplo de esperanza lo tenía dormido, acallado y apaciguado como un gato adormecido, pero no, ni llena de fango, ni herida por las espinas de la hierba pude encontrar mi corazón perdido, no desistí y salí del fango y de la arboleda y subí las montañas con aquel tiempo impávido que la piel congela y los huesos consume con el frío, no, tampoco encontré un corazón con vida en aquella helada, en aquel extravío.  Bajé despacio y cansada de la búsqueda, pero mis esperanzas no se acababan, tenía que haber un corazón que fuera mío, sólo mío, bajé la hondonada, bajé por el cauce de los ríos, subí montañas y rocas, bajé volcanes y crucé desiertos, llegué a la cúspide del ocaso y encontré un reloj de arena, unos granos de arena estaban a punto de culminar con el tiempo, ese tiempo que no deja huella, ese tiempo que no te deja respuestas, mi tiempo, había terminado.

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