Descubriendo la hierba al sonido del tambor...

La noche terminó con un comentario poco usual de la vida y finalmente se quedó  sentada a contemplar el amanecer, sólo el frío al extremo era el que inmovilizaba su cuerpo, la mente y el deseo estaban despiertos.  Se concentró y se puso de pie, se descalzó y caminó sobre la hierba húmeda de todo el lugar, caminó abarcando con cada paso cada espacio no recorrido, cada extremo del terreno hasta que se dio cuenta que la observabas, más parecía que la acechabas, pero en el momento en que te vio fijamente a los ojos, como una fiera saltaste frente a ella, la sujetaste por la cintura y no tuvo tiempo de moverse, tus labios se unían a los suyos y se trasladaron a otro mundo, un mundo donde el amanecer no termina, donde las nubes obscuras de la noche son el amanecer del día siguiente, donde los cielos naranjas y el movimiento de las hojas de los árboles no son tan fuertes y donde la imaginación del anochecer crece con cielos violáceos y nubes algodonadas.  La música sonaba como gotas que movían sus cuerpos lentamente mientras las sonrisas crecían y mientras iniciaban un jugueteo inusual, ella se deslizaba con la punta de los pies sobre la hierba y tú la seguías, sonriendo y dando vueltas al ritmo de los tambores que sonaban a lo lejos, intentabas sujetarla y su falda larga hasta los talones se deslizaba por tus dedos hasta que se enredó entre sus piernas y tropezó; tan ágil como una gacela la sujetaste para que no cayera al suelo, tus brazos rodearon su cintura y se deslizaron sobre la hierba, rieron agitados y se quedaron frente a frente.  El silencio no duró mucho, acarició tu rostro con suavidad, delineaba con su dedo índice el contorno de tus labios, tú… deslizabas tu mano derecha sobre su costado y realizando un giro de ciento ochenta grados quedaron en lados opuestos, tú sobre la hierba y ella sobre tu cuerpo, sus cabellos creaban una cortina alrededor de sus rostros, con sus manos movió su cabello hacia atrás de los hombros y tú subiste tus manos debajo de su falda acariciando sus piernas, subías tus manos por su derrière retirando la diminuta prenda que lo cubría y su cuerpo se estremecía mientras su respiración la agitaba; se abrazó a ti, se besaron, sus lenguas se entrelazaban y se saboreaban, con la respiración entrecortada, ella tuvo que detenerse para mover sus cabellos hacia atrás, estaba acalorada, empezó a desbrochar los diminutos botones que sujetaban su blusa y no dudaste ni por un segundo en ayudarla, estabas por arrancarle la blusa cuando un nuevo giro te puso frente a ella de nuevo, ya no tenía la blusa, sólo su sostén le cubría los senos.  Con destreza lo desabrochaste delicadamente y cubriste con tus labios sus pezones, mientras los besabas y acariciabas, poco a poco y por arte de magia te deshiciste de tu pantalón y con él, su falda también.  Sintió tu prominente virilidad, te detuviste por un segundo y te quitaste el resto de la ropa, sus cuerpos sudaban, sus gemidos habían ensordecido el sonido de los tambores, sólo la hierba y el rocío los acompañaban… ¿el frío?... el frío no podía sentirse en medio de la calidez del momento, el frío había sucumbido ante su pasión desnuda que  culminaba ante el clímax.

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