Creaturas Salvajes…

En las mazmorras de una cueva escondida en el bosque, allí donde la hierba fresca oculta los senderos, donde la niebla y la lluvia iniciaron a muy tempranas horas y se llevaron las laderas provocando preocupación en los habitantes de los cerros; allí en lo más alto de un árbol frondoso y magnánimo, donde sólo los osos más poderosos pueden trepar con sus garras afiladas, con sus fuertes patas y con su cuerpo cubierto de calor, su virilidad escondida y sus presencia imponente ante el adversario.

En aquella mazmorra cubierta de tierra y lodo se encontraba ella, tímida, inquieta y sutil, todo le sorprendía, había llegado a ese lugar por haber sido presa de un aroma a invitación, un olor que la adormeció en un apacible sueño y la guió sonámbula hacia sus deseos.  Al despertar, se encontró emocionada, desinhibida, aventurera y abierta a lo desconocido.

El oso la observaba escondido en su rincón y al verla ponerse de pie y mirar a sus alrededores su primer impulso fue el de atacarla, se le acercó en silencio y agitando su cabeza la asustó, pues al voltear ella quedó perpleja ante su porte… el oso gruñó y levantó su pata para lanzar un zarpazo, ella saltó hacia atrás gritando y de inmediato se cubrió el rostro agitada, cerró los ojos y respirando profundamente para calmarse bajó sus brazos y los extendió hacia los lados.

El oso, que pretendía asustarla, al verla liberada del temor se tranquilizó también, se acercó a ella lentamente y la olfateó, olfateó sus brazos, olfateó su pecho, pasó su hocico por sus mejillas, sacudió su cabeza y caminó alrededor suyo, observando sus movimientos, ella lo miraba con interés, estudiaba sus gestos, pero los dejaba ser, fue en ese momento en que creyó prudente hacerse a un lado, intentó buscar la salida de aquel lugar, pero no la encontró, el oso le dio la espalda de nuevo y bajó del árbol en busca de comida, en busca de muchas más presas, en busca de aventuras que trazar en los árboles.

Cuando se quedó sola, ella se sentó en una roca y desconsolada se soltó en sollozos, acabando de iniciar su llanto, cuando solitaria y temerosa talló un recuerdo, talló una y otra vez una estela poco común que quedó grabada en la cueva, al finalizarla se puso de pie y se acercó a la orilla, la altura era monumental, pero habían muchas ramas, muchas hojas y muchos lugares en donde su esperanza encontró el camino, una gota de agua caía por una de las ramas que dibujaban una enredadera dentro de la cueva; ella entonces, juntó sus manos y dejó que se llenasen de agua, luego se enjuagó su rostro, enjuagó sus lágrimas y se armó de valor.

Hacía días que permanecía sola en la cueva y decidió salir por el mismo lugar donde vio alguna vez que el oso descendió, se asomó a la orilla y aunque tenía miedo de caer, cerró los ojos y aferrándose a las ramas inició su descenso, llevaba un vestido sin mangas, suelto, espumoso y suave, le llegaba arriba de las rodillas, se sujetó de las ramas más fuertes y con sus pies desnudos descendía con cuidado; hubo un momento, que la humedad en sus pies la hizo resbalarse y su pierna topó con la punta de una rama que estaba rota, no tardó en sangrar, las gotas de sangre eran de un rojo carmín que coloreaba la naturaleza sobria que había en el bosque.

A pesar del dolor, ella prosiguió, descansaba por ratos en algunas ramas más fuertes y esto la motivaba a seguir, con mucho esfuerzo y con el vestido sucio por el roce de las ramas de los árboles, la humedad de las plantas y la tierra del árbol, que se habían encargado de cambiar su vestido blanco por uno sucio.  Finalmente llegó hasta el suelo, miró hacia los lados y se aferró al tronco temerosa, estaba obscuro, miró hacia arriba creyendo que divisaría desde allí la cueva en las copas de los árboles; sin embargo las horas de descenso habían sido largas y no consiguió ver la mazmorra etérea en la que pasó tanto tiempo, la niebla la cubría como escondiéndola del resto del bosque.  Fue entonces cuando inició a llover, ella se abrazó, temblaba de frío, pero no podía titubear más, estaba sola y tenía que continuar.

Su pierna sangraba menos y sin dudarlo comenzó a desplazarse, el bosque estaba obscuro, los sonidos de los búhos, de los grillos, de las cigarras y pájaros nocturnos inspiraban durante la noche, en un principio fueron distractores del tiempo y del frío, pero al cabo de muchos pasos y un largo recorrido, se tornaban atemorizantes; tropezó y calló muchas veces, pero se levantó y caminó hasta que su figura se fue esfumando en la oscuridad.

Tiempo después, se observó a un oso ágil y ansioso que subía el frondoso árbol a su escondite predilecto, al llegar a su cueva olfateó los alrededores y no se percató en un principio que ella ya no estaba, se sentó y luego de acomodarse se fundió en un profundo sueño; repentinamente durante la madrugada sobresaltado despertó y se puso a olfatear el lugar, buscó por todos lados, rodeó todo el sitio y se encontró extrañado, olfateó todos los rincones y las esquinas donde podría haberse escondido y nada, no habían rastros de ella, se acercó a una piedra y al moverla se dio cuenta que estaba tallada, la observó y un impulso lo acercó rápidamente a la orilla de la cueva… se detuvo, sacudió su cabeza, rodeó la cueva y se refugió en su rincón, estaba sólo de nuevo, su destino había seguido tal cual es… acomodó su cabeza en el suelo y se puso a invernar.  Pasó el tiempo y la misma incógnita aparece tras mucho meditar y cuestionar, el tiempo cambió, la lejanía se transformó en aventura, el tiempo se alimentó de ella y sanó sus heridas, las criaturas salvajes no serían las mismas, no se aferrarían al pasado, no se aferrarían a nada, serían libres como la inmensidad, serían eternas cargadoras del tiempo y de la creación.

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