El escondite de las termitas…
La cueva despedía el olor a humedad, el olor a
frío intenso, el aroma a madera corroída por el tiempo; desgastada por los años
de existencia, aletargada por la distancia que se acorta, la que la hace
envejecer sin que pueda percibirlo, sin que el umbral de su puerta se esconda
en un pensamiento, así llegó aquel escondite a la tierra de los caídos, a la
tierra donde el chichicaste con sus hojas crece aún más cada día, donde los árboles cubren el bosque, donde los
mensajeros de la lluvia discurren ante los vientos huracanados; allí donde la
madera cobró vida, donde la lluvia le extrajo la sangre, donde dejó que los
residuos se esparcieran por el suelo, donde se alinearon a la tierra húmeda que
contribuyó con su fruto y obtuvo el sendero perdido… En ese lugar habrá un sendero que no será hallado en ningún otro
lugar, un sendero que pocas veces se podrá observar, un lugar donde el sol no
deja que la neblina cese, donde la brisa no deja de pasar, donde la niebla
esconde las presencias abrumadoras y las llena de enérgicas apariciones; donde
lo oculto toma un aire prohibido, donde lo prohibido es el camino a la oscuridad.
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