Un paisaje indómito...
Anochecía, las nubes se desplegaban y se intensificaba el frío, el camino se hacía complejo, el trayecto había sido largo y accidentado, el acantilado había quedado lejos del camino, el pueblo se hallaba a un paso de mi presurosa decisión; aferrada a la realidad que se me presentaba me acogí al tiempo y al clima del momento, caminé por las calles desconocidas de aquel hermoso valle y su exquisito paisaje; me deleité con su majestuosidad más repentinamente me sentí extraña en aquel bello lugar, era inaudito, era en realidad una sensación de rechazo, era como si yo no encajara en aquel lugar; caminé por las calles llenas de gente de distintas edades, de distintos sexos y religiones, desde turistas jóvenes hasta personas propias de una lengua definida, me dispuse a hacer un par de preguntas y aunque parecía que su lengua era igual a la mía, mi mente resultó compleja y el sonido de las voces y sus respuestas fueron ininteligibles para mí, no comprendía lo que decían, señalaban de un lado a otro lugares, me miraban como una extraña y a pesar de parecer amables, a mis espaldas sus caras se tornaban intrigantes y rebeldes, saludaba a cada persona y al voltear parecían como no reconocer mis palabras, no me entendían, no me aceptaban, cómo era posible que me hubiese atrevido a pisar su tranquilidad, su espacio estaba invadido y yo era la causante de aquel desorden; me vi entonces sola en un lugar desconocido, mi único medio de comunicación me asaltó también, porque aunque escuché una voz conocida, de pronto sentí ese rechazo; me sentí desierta en un país extranjero y sentí el frío de la soledad y del recuerdo.
Distintas emociones terminaron por acabar con mi tranquilidad, los animales, las mujeres, los hombres y los niños me veían como un bicho al que había que alejar de aquel lugar repleto de belleza escondida, quizás había hallado el tesoro y no era bienvenida a la repartición definitiva, me sentí frustrada, caminé por las calles tratando de convencerme de lo contrario, pero no pude, subí al primer autobús que pude y aunque tuve que soportar por varias horas el rechazo y la inquietud de mi presencia, me sentí a salvo, me alejé mientras varias lágrimas recorrían mis mejillas, mientras el viento y el camino se cerraban a mi paso, mientras la noche llegaba feroz y amistosa, alejando la luna de mi alcance y haciéndome una reverencia conocida. La noche me daba la bienvenida a pesar de fingirse en el anonimato en muchas otras ocasiones, me abría las puertas de su guarida y me ofrecía un trago para que descansara del mal momento; las bestias que curiosas se asomaban por el lugar, eran calladas, sombrías pero finalmente la curiosidad era muy fuerte, mis lágrimas cesaron y la mirada del felino que habita en mí despertó, mis pupilas se dilataron, la música acompañó mis deseos y a lo lejos los sonidos y la ambientación se hacían familiares. La música transformaba ese mal momento vivido en un deseo fulgurante, mis labios se tornaban rojo carmesí y moviendo el cuello y la cabeza con rapidez mis cabellos formaron el marco de un animal salvaje, mis ojos brillaban, mi sonrisa habría sido tan maliciosa y perversa que la curiosidad consumía el lugar… deseaba tanto que la fantasía y que el deseo se transformaran en una sola cosa, en el elixir que necesitaba para saciar mi sed apasionada y mi piel entumecida, que empezaba a erizarse trastornando mi agitado corazón, desvariaba de deseos acaudalados y de muchos pensamientos y sentimientos encontrados, de una ferocidad desconocida que era difícil explicar en aquel momento, me desplacé lentamente por el lugar y finalmente cerré la puerta de un tirón, con la vista sobre el mesonero, éste corrió todas las ventanas, subió el volumen a la música y puso a mi lado un vaso con hielo, una botella de whisky y aceitunas… con una sonrisa pícara pensé “¿Y dónde está el caldillo?”, pero eso era parte de la sátira de otra historia.
Comentarios
Publicar un comentario