El fin de un comienzo...
El conejo saltaba ágilmente de un lado a otro, giraba y volteaba una y otra vez, dos y otra vez, tres y otra vez, parecía buscar algo, recorría asustado de lado a lado esperanzado en que su partida no fuera más que un leve tropiezo; su majestuosa figura blanca y hermoso y fino pelaje destacaban en la inmensidad de la oscuridad, sus ojos, enrojecidos por el llanto y la sorpresa que lo embriagaba, no podían ocultar su belleza cautivadora y su inocencia acogedora, que se despedían entristecidas por el momento, entristecidas por la realidad, aceptaba finalmente que los últimos minutos del año viejo habían llegado a su fin, el crujir de un cascarón anunciaba su partida y ante su último aliento, con un ligero empujón de sus patas traseras, ayudó al año nuevo a cumplir con su misión, a ser el nuevo ser, a ser la nueva criatura que hinchara sus pulmones, que levantara sus alas y que su primer grito de llanto lo calentara con su fuerza abrasadora, hasta que se esfumase el conejo y que apareciera el dragón, justo en el momento, justo al amanecer, en el momento en que el año nuevo, con su sonrisa mañanera, dibujara su alegría ante los campos, volara por los cielos y con su fuerza abrumadora anunciara su comienzo.
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