La entrega de las fieras...
Entregué mi corazón y mi alma a las sombras del jardín de la niebla, allí descargué la alegría de la vida, allí me transformé y dejé que el tiempo caminara lentamente, las horas pasaban y transcurrían con tal serenidad que no veía el camino, no veía los cielos, sólo unos ojos oscuros e intrigantes me acechaban, mis ojos se perdían en la noche y como un felino mis pupilas estaban dilatadas, abriéndose a la noche, listas para ver más allá de lo inusual... mi cuerpo se movía con agilidad sutil, con destreza imperceptible, con dulzura y encanto, habría dado parte de mi vida porque esa noche no terminara jamás, pero no pude detenerla, aunque mis cualidades me hacían un Dios del Olimpo, ni los rayos y truenos más fuertes podían romper con la realidad, y la realidad era que aquel día se acabara, que los ojos cerraran las pupilas al amanecer y que la magia culminara con un sabio consejo, las luce se apagaron, los estruendos aún permanecían despiertos, la mañana abrió paso a una nueva aventura que llenó de risas y energía todo mi ser, las risas, los roces y los movimientos danzantes eran como vivir en las nubes, no podía menos que agradecer a los Dioses que me acompañaron por aquel pasaje que me dedicaron, estaba extasiada por el momento y finalmente el calor del tiempo se apagó lentamente como las llamas, extinguiéndose poco a poco hasta consumirse en cenizas, el tiempo transcurrió apresurado y las cenizas volvieron a la vida reviviendo el fuego desencadenado, pero aunque los cuerpos y las miradas eran las mismas, tras los momentos apasionados de la lujuria, la magia se extinguió y con ella el fantasma de la noche de luna llena se quedó en el recuerdo, el recuerdo de la noche, el recuerdo de las fieras aferradas al amanecer.
Comentarios
Publicar un comentario