Las horas...

Pueden sentirse tan largas como cortas, tan necesarias como eternas, puede sentirse que son de valiosa importancia como una tortura ingenua, que la espera puede matar minuto a minuto como puede no dejarte satisfecho, esas horas que no alcanzas, esas horas que te hacen falta, esas horas que son extenuantes e insípidas, esas horas que el tiempo inclemente puede convertir en tiempo muerto, que la vida puede disipar en un momento, que la satisfacción no alcanza a determinar su duración, esas horas que se consumen con los años y se extinguen con cada minuto que pasa a través del reloj; esas horas que son equivalentes a sesenta minutos, que se transforman en trescientos sesenta segundos de momentos vividos, de impulsos guardados, de palabras malinterpretadas, de llantos silenciosos, de gritos al cielo, de tartamudez nerviosa, de secretos revelados, de susurros al alba, de pasiones guardadas, de aullidos al amanecer, de sentimientos que se expresan a través de las palabras, de las razones, de las acciones y del silencio.  Todo el transcurrir de las horas se vuelve en momentos fugaces y momentos memorables que siempre quedarán grabados en la memoria y en el recuerdo, que se olvidarán y que dejarán una huella inteligible, una huella ciega y oculta en el túnel del tiempo. Así las horas serán las que lleven las sombras de las cenizas de nuestros cuerpos, así las horas quedarán flotando en el aire como el polen que viaja a través de las flores y sólo así, valdrá la pena ser parte del tiempo.

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