La Joya...

Tras la armonía de un momento incómodo, de un momento de pesadumbre, de un momento de desdén y sufrimiento, cuando accidentalmente la conocí, descubrí la importancia de la misma, conocí lo valiosa que podía ser y lo necesaria y auténticamente satisfactoria que podía manifestarse; así mismo experimenté su calidez, pude apreciar su carácter animoso, su apasionada sinceridad y pude darme cuenta de lo valiosa que era... del valor que  representaba y de lo difícil de hallarla; de lo oculta que parecía estar y de cómo abría sus puertas a mi presencia, de cómo se presentaba ante mí pura, ingenua y segura de sí misma, con su desnudez infranqueable y sus explicaciones racionales que descubrían mi interior y lo cuestionaban haciéndome caer en la verdad, en la realidad de esa sinceridad y en lo triste que sería no tenerla a mi lado, pude percibir que  en el desierto lejano, en las montañas más altas, en los bosques más frondosos, sería difícil adivinar siquiera que ella podía rebasar tantas barreras y que en ese momento justo, cuando se está al borde de la locura, cuando los momentos en que la frustración consume y lastima, justo en ese momento de lágrimas, esa voz de consuelo, esa voz que te hace vulnerable, esa voz que se apena por tu sufrimiento, que te aconseja ante la adversidad, que te escucha y reconforta en los momentos más difíciles, es quien no puede faltar en tu vida, quien puede tener distintos rostros y distintas formas de vida y pensamiento, pero que no debes dejar ir, porque es lo más hermoso que puede existir en la majestuosidad de la vida, y es completamente frágil y es al mismo tiempo tan fuerte como una roca, que puede herirte haciéndote el bien y curarte con sólo la serenidad de sus oídos... es implacable como ninguna y fugaz como un destello de luz… sí, exactamente así es la amistad.

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