La cacería...


En el autobús donde viajaba, observaba cómo caía la noche, cómo se intensificaban los colores violáceos en el cielo,  cómo las luces formaban luciérnagas en movimiento, cómo las pupilas se iban abriendo cada vez más hasta que la noche llegaba y se apropiaba del tiempo; así la luna me inspiró un deseo y poco a poco mis ropas fueron deslizándose en la oscuridad, mi cuerpo sucumbía ante el delirio y los aullidos eran parte de mi nuevo traje que la luna llena había preparado para esta noche, la desnudez dejaba entrever las pupilas dilatadas y los colores en tercera dimensión, la agilidad mental se intensificaba y los sonidos guturales se volvían sensibles ante la percepción, desprendiendo un enorme deseo por acechar a la presa, por lanzarse al vacío hasta capturar a la víctima más cercana, hasta arrastrar las pasiones a su máxima expresión y llevarlas a un jugueteo que terminaría con un encuentro ardiente y abrasador.

Las garras de  las patas sujetaron con fuerza a la criatura, las mandíbulas y sus elementos acallaron a la presa y saborearon cada parte de ella sin queja alguna, parecía como si hipnotizada por algún elemento del tiempo, la presa se extasiara ante la fuerza abrumadora de la fiera que se gozaba del momento y que imperturbable concluía con su cometido tan apacible como si se tratara de un momento singular y sin un significado trascendente.  Fue así como la luna llena fue prohibida a las nuevas generaciones, fue así como los eclipses y fenómenos concernientes a la luna, fueron acallados y respetados como algo sagrado, fue así como los amuletos despertaron para evitar las transformaciones, para evitar los aullidos, para evitar la cacería de lobos…

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