La supervisión del escritor...

Miles de letras se acumulaban en mi mente con múltiples ideas para desarrollar el evento, todas murmuraban acerca del acontecimiento y se acercaban para salir amontonadas, todas querían participar; las teclas se movían con rapidez, tratando de darle un lugar a cada una de ellas, todas se peleaban por salir y a las teclas se les escapaban muchas de las palabras que se ordenaban solas, pasando por alto ciertos estándares desconocidos para ellas.  El momento llegó justamente después de que las ideas y las teclas terminaron de ordenar a las palabras para ser supervisadas, los estándares eran desconocidos por las ideas, por las teclas y con mucha más razón por las palabras que erguidas, sonreían para agradarle a quien sea que fuere el que llevaría a cabo la supervisión.  Todas se mostraban dignas de estar en el programa y efectivamente todas lo merecían; llegó el momento y el inicio de la revisión acuciosa de cada una de ellas, algunas eran retiradas y sustituidas, otras eran movidas y reacomodadas en otro lugar, algunas se fueron tristes y desanimadas y otras nuevas estaban sorprendidas de haber sido escogidas y es que todas podían estar sino en este evento, en uno próximo, pero como nadie quiere quedar al último, siempre se sentían rechazadas y desatendidas.

Se terminó la selección y las palabras retiradas y las rezagadas, se quedaron fuera  mirando cómo se encendían las antorchas y marchaban ordenadas las otras poco a poco, hasta que alguna que otra palabra que no estaba conforme, se lanzaba a las demás para reacomodarse, dos o tres eran retiradas y alguna otra parecía tener un mejor lugar dentro del suceso y finalmente se ganaba la aprobación del supervisor.  Las luces, los aplausos y las sonrisas del público eran un momento de júbilo y finalmente se inició el festejo y fueron publicadas.