INOCENTE



Esa creatura inocente no necesita de una cuna de oro que lo ciegue con presunción de riquezas, no necesita ni sábanas de satín ni mucho menos un almohadón de plumas que pueda someter su comodidad a la voluntad perdida, no necesita siquiera un apellido manchado con palabras de rechazo y ofensa donde el tiempo perdona, pero no olvida.  El inocente sólo necesita el amor de madre que lo tiene a sus anchas porque vive dentro de ella, el amor de padre no lo exige, pero si no lo encuentra lo tomará como inexistente, lo señalará tiempo después cuando ese amor paterno sea sustituido con los requerimientos que al inocente le parezcan adecuados para escoger.
Esa inocencia absorberá los conocimientos necesarios para tomar sus propias decisiones, solicitará las palabras para que sean su fuente de comunicación, despertará preocupaciones silenciosas y anhelos para un futuro mejor; desatará la furia y la batalla si se le falta al respeto y aprenderá de la verdad y la desdicha con entereza.  No se ocultará bajo la noche como fugitivo, sino más bien mantendrá su cabeza en alto mientras aprecia las luces de la oscuridad efímera y sabia de sus ancestros.
Hará juicios según sus propios criterios más llegará a ser verdadero en sus creencias e ilusiones.  Será enseñado con la sabiduría y justicia perecedera y la verdad atraerá el triunfo sobre la derrota. Ayudará al pobre y desvalido como un humilde y misericordioso y finalmente se ensañará contra el orgullo y la inclemencia.      

El inocente aprenderá de su niñez, de su juventud y crecerá sin miedos absurdos, con facultades para amar y ser amado, con la facilidad de dar y recibir, con la voluntad para reír y también llorar.

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